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No hay nada que me conmueva más el alma que los animales, sobre todo los peludos. Me gustan los gatos y los perros. Hasta hace un tiempo, los felinos me impresionaban por su misterio y decía: "les tengo respeto, mejor de lejitos". Ahora, prefiero tener un gato. Pienso que los perros son para los niños, niños con padres que tienen tiempo y les ayudan a recoger esos enormes regalos que dejan en medio de las alfombras. Son para jugar, para prestarles mucha atención, para tenerles más cuidado; las formas de darle amor a un perro son a través de la atención, como la que le das a un niño de 5 años. Por eso, cuando vuelva a querer divertirme, mejor dicho, cuando este viaje interno se exteriorice, tendré un perro y un par de arrugas, creo. Ahora necesito de un gato, uno que se deje mimar, claro, me encanta mimar, pero que no corra a donde mí. Necesito un gato para que me escuche y, en las noches, hable con los ángeles y me quite las malas energías que recogí durante el día. Necesito un gato, uno gordo, para que cuando vaya a tener un perro, no me asuste con su tamaño. Necesito un gato perezoso y obeso para no sentirme tan mal en los pocos días de ocio que tendré en la adultez. Necesito un gato, porque los gatos te enseñan a estar solo. Fotos: La historia del arte contada por un gato.

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