Viajar por la vida ya es un camino arduo, por el que transitamos con apenas un 10% de nuestra visión como lazarillo. Muchos por reacción, otros por presión... de todos los viajes el primario y aquel que todos tenemos como única obligación es el de viajar hacia adentro. Viajar es arduo en cualquier sentido o medio, y viajar hacia adentro... puede llegar a ser abrumador. Sin embargo y a diferencia de otras travesías, carece de placer en su etapa general. Porque no es turistear en nuestras viseras, por el contrario, este viaje es esclavo de un propósito; saber que es, dónde está y salir a buscar lo que nos hace felices. Implica penetrar en la desconocida oscuridad, es el inexplorado adentramiento por excelencia que hacemos con una venda en los ojos, las emociones como piel, pasos de bebe, y la misma capacidad de intuición que las piedras. No sabemos en qué punto estamos, hacia dónde vamos, que nos trajo, o que es lo que se espera de nosotros. Y todo esto lo sopesamos, apenas, con nuestra dualidad más vulnerable: Lo que no aceptamos y lo que no conocemos de nosotros mismos: Lo oscuro, lo desconocido, el dolor potencial, el abrir de ojos, el despertar en medio de la revelación de lo propio, saber quiénes somos y lo lejos que estamos de ser quienes podríamos ser, el tiempo que desperdiciamos divagando o yendo en el sentido contrario, perdidos en el limbo entre ser o simplemente existir; asusta. Mientras que se desatiende a un simple principio de contraste; ¿donde habría de encontrarse la luz de no ser en medio de la oscuridad? Frente a esto muchos persisten hasta conquistar la luz que yace del otro lado aunque eso implique teñirlo todo de carmesí. Otros evaden a toda costa esa idea, ciertas personas ven todo desde lejos imaginándose intentándolo sin conseguirlo, muchos otros deambulan esperando tropezar con la luz por accidente teniendo como estrategia de amor propio al mismísimo azar, y en peores casos hay quienes siguen parados al principio del camino... (Kevin Yari Almiron - 01/12/18) | RedGage

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Viajar por la vida ya es un camino arduo, por el que transitamos con apenas un 10% de nuestra visión como lazarillo. Muchos por reacción, otros por presión... de todos los viajes el primario y aquel que todos tenemos como única obligación es el de viajar hacia adentro. Viajar es arduo en cualquier sentido o medio, y viajar hacia adentro... puede llegar a ser abrumador. Sin embargo y a diferencia de otras travesías, carece de placer en su etapa general. Porque no es turistear en nuestras viseras, por el contrario, este viaje es esclavo de un propósito; saber que es, dónde está y salir a buscar lo que nos hace felices. Implica penetrar en la desconocida oscuridad, es el inexplorado adentramiento por excelencia que hacemos con una venda en los ojos, las emociones como piel, pasos de bebe, y la misma capacidad de intuición que las piedras. No sabemos en qué punto estamos, hacia dónde vamos, que nos trajo, o que es lo que se espera de nosotros. Y todo esto lo sopesamos, apenas, con nuestra dualidad más vulnerable: Lo que no aceptamos y lo que no conocemos de nosotros mismos: Lo oscuro, lo desconocido, el dolor potencial, el abrir de ojos, el despertar en medio de la revelación de lo propio, saber quiénes somos y lo lejos que estamos de ser quienes podríamos ser, el tiempo que desperdiciamos divagando o yendo en el sentido contrario, perdidos en el limbo entre ser o simplemente existir; asusta. Mientras que se desatiende a un simple principio de contraste; ¿donde habría de encontrarse la luz de no ser en medio de la oscuridad? Frente a esto muchos persisten hasta conquistar la luz que yace del otro lado aunque eso implique teñirlo todo de carmesí. Otros evaden a toda costa esa idea, ciertas personas ven todo desde lejos imaginándose intentándolo sin conseguirlo, muchos otros deambulan esperando tropezar con la luz por accidente teniendo como estrategia de amor propio al mismísimo azar, y en peores casos hay quienes siguen parados al principio del camino... (Kevin Yari Almiron - 01/12/18)

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Viajar por la vida ya es un camino arduo, por el que transitamos con apenas un 10% de nuestra visión como lazarillo. Muchos por reacción, otros por presión... de todos los viajes el primario y aquel que todos tenemos como única obligación es el de viajar hacia adentro. Viajar es arduo en cualquier sentido o medio, y viajar hacia adentro... puede llegar a ser abrumador. Sin embargo y a diferencia de otras travesías, carece de placer en su etapa general. Porque no es turistear en nuestras viseras, por el contrario, este viaje es esclavo de un propósito; saber que es, dónde está y salir a buscar lo que nos hace felices. Implica penetrar en la desconocida oscuridad, es el inexplorado adentramiento por excelencia que hacemos con una venda en los ojos, las emociones como piel, pasos de bebe, y la misma capacidad de intuición que las piedras. No sabemos en qué punto estamos, hacia dónde vamos, que nos trajo, o que es lo que se espera de nosotros. Y todo esto lo sopesamos, apenas, con nuestra dualidad más vulnerable: Lo que no aceptamos y lo que no conocemos de nosotros mismos: Lo oscuro, lo desconocido, el dolor potencial, el abrir de ojos, el despertar en medio de la revelación de lo propio, saber quiénes somos y lo lejos que estamos de ser quienes podríamos ser, el tiempo que desperdiciamos divagando o yendo en el sentido contrario, perdidos en el limbo entre ser o simplemente existir; asusta. Mientras que se desatiende a un simple principio de contraste; ¿donde habría de encontrarse la luz de no ser en medio de la oscuridad? Frente a esto muchos persisten hasta conquistar la luz que yace del otro lado aunque eso implique teñirlo todo de carmesí. Otros evaden a toda costa esa idea, ciertas personas ven todo desde lejos imaginándose intentándolo sin conseguirlo, muchos otros deambulan esperando tropezar con la luz por accidente teniendo como estrategia de amor propio al mismísimo azar, y en peores casos hay quienes siguen parados al principio del camino... (Kevin Yari Almiron - 01/12/18)

Viajar por la vida ya es un camino arduo, por el que transitamos con apenas un 10% de nuestra visión como lazarillo. Muchos por reacción, otros por presión... de todos los viajes el primario y aquel que todos tenemos como única obligación es el de viajar hacia adentro. Viajar es arduo en cualquier sentido o medio, y viajar hacia adentro... puede llegar a ser abrumador. Sin embargo y a diferencia de otras travesías, carece de placer en su etapa general. Porque no es turistear en nuestras viseras, por el contrario, este viaje es esclavo de un propósito; saber que es, dónde está y salir a buscar lo que nos hace felices. Implica penetrar en la desconocida oscuridad, es el inexplorado adentramiento por excelencia que hacemos con una venda en los ojos, las emociones como piel, pasos de bebe, y la misma capacidad de intuición que las piedras. No sabemos en qué punto estamos, hacia dónde vamos, que nos trajo, o que es lo que se espera de nosotros. Y todo esto lo sopesamos, apenas, con nuestra dualidad más vulnerable: Lo que no aceptamos y lo que no conocemos de nosotros mismos: Lo oscuro, lo desconocido, el dolor potencial, el abrir de ojos, el despertar en medio de la revelación de lo propio, saber quiénes somos y lo lejos que estamos de ser quienes podríamos ser, el tiempo que desperdiciamos divagando o yendo en el sentido contrario, perdidos en el limbo entre ser o simplemente existir; asusta. Mientras que se desatiende a un simple principio de contraste; ¿donde habría de encontrarse la luz de no ser en medio de la oscuridad? Frente a esto muchos persisten hasta conquistar la luz que yace del otro lado aunque eso implique teñirlo todo de carmesí. Otros evaden a toda costa esa idea, ciertas personas ven todo desde lejos imaginándose intentándolo sin conseguirlo, muchos otros deambulan esperando tropezar con la luz por accidente teniendo como estrategia de amor propio al mismísimo azar, y en peores casos hay quienes siguen parados al principio del camino... (Kevin Yari Almiron - 01/12/18)

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